El laberinto feliz
En la última referencia conocida en la obra de Borges al laberinto (“El hilo de la fábula”, Los Conjurados) podemos leer:
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.
Para Borges, el laberinto siempre se encuentra dentro de un laberinto mayor. Pero lejos de ser una constatación angustiosa, Borges la asume como algo natural y deseado, no quiere salir del laberinto.
Nosotros vamos a entrar en Dar Lugar y no vamos a querer salir.
La relación entre laberintos y arte, es extensa, no solo se ciñe a la literatura y nos atrae especialmente la que relaciona las expresiones artísticas y la música.
Como ejemplo valga la representación gráfica de la obra de John Cage. O la Obra de los artistas japoneses del movimiento Fluxus, compositores que constituyeron una New Avant-Garde entre 1955 y 1970.
Pero también encontramos laberintos evocadores, laberintos que atrapan en su simple observación, como los que ejecuta Motoi Yamamoto, laberintos de Sal que parecen infinitos.
Nosotros vamos a entrar en un espacio donde la intención ha sido Dar Lugar a la experimentación, Dar Lugar al intercambio, Dar Lugar a la reflexión. Será un espacio que, como el laberinto, podrá recorrerse de infinitas formas, dejando pistas sonoras, visuales y escritas allá por donde pasemos. Esta interacción será la que acabe de conformar la propuesta artística que elaboran Serrano, Gil y Ortiz, un lugar de donde no querremos salir.